Una persona cercana a mí está sufriendo mucho últimamente porque su hija se acaba de separar. Parecía un matrimonio feliz y de repente un día le cuenta que se separa. De la noche a la mañana a esa madre se le derrumbó el mundo porque no se lo esperaba. Ella sufre por sus nietos. Tres niños de entre 11 y 5 años que lo están pasando realmente mal.
En esa familia, todos (padres, abuelos y tíos) están muy empecinados en devolver a esos niños la normalidad cuanto antes porque no hay vuelta atrás. Padre y madre tienen muy claro que su matrimonio está roto para siempre y su prioridad ahora es que los niños pasen el bache cuanto antes y se estabilicen.
Su padre ha alquilado una casa muy cerquita del domicilio familiar y del colegio y los niños pasan una semana con su madre y otra con él. Toda la familia se ha volcado con ellos. Si el mayor no quiere bajar a jugar con sus nuevos vecinos porque dice que prefiere estar tranquilo, sus abuelos y su padre le insisten en que es mejor que baje para estar distraído. Y ante tanta insistencia, él termina diciendo que está cansado y que le duele la tripa. Empiezan a preocuparse por tantos dolores de tripa. Si la pequeña llora cuando su madre les deja los domingos con su padre, ellos tratan de hacerle entender la nueva situación e insisten en que no tiene que llorar porque todos la quieren mucho. Pero ella no entiende nada y necesita llorar a todas horas.
Esos niños han perdido algo muy grande, pero los adultos nos empeñamos en que asuman cuanto antes esos cambios para no verles sufrir. Es una reacción muy natural ,pero la realidad es que empeñarnos en tapar esa tristeza no ayuda nada.
Hay que entender que a esos niños se les ha derrumbado su mundo de golpe y necesitan pasar su duelo. La manera de ayudarles no es tapando esa emoción ni “maquillando” su nueva situación para que sea similar a la anterior y el cambio no parezca tan drástico.
Adaptarse lo van a hacer, eso seguro. Unos tardarán más que otros pero donde tenemos que poner el foco no es en buscar estrategias para que a los niños les pase desapercibida la separación de sus padres sino en aceptar lo que esos niños están sintiendo ahora. Y están tristes porque han perdido lo más grande para ellos: su familia tal y como la conocían.
¿Qué podemos hacer en un caso como este? ¿Cómo podemos ayudar a esos niños a superar una pérdida como esa? Una vez más tenemos que hablar de habilidades emocionales. Para gestionar una situación como esta es necesario que tengamos ciertas competencias emocionales que pasan por la identificación y la aceptación de las emociones de los niños.
Las emociones tienen una importantísima función adaptativa y evolutiva. Nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno y como especie contribuyen a nuestra evolución. Siempre pongo el mismo ejemplo porque creo que es muy ilustrativo. Si el hombre de las cavernas no hubiera sentido curiosidad por el mundo de ahí fuera, nunca habría salido de su cueva.
A estas tres funciones a mí me gusta añadir una tercera, la informativa, porque las emociones nos informan siempre de algo. Pero en el caso de la tristeza ¿de qué me informa? Puede parecer una evidencia, pero la tristeza nos informa nada menos que de que hemos sufrido una pérdida (vaya cosa ¿no?) y de que necesitamos tomarnos un tiempo para aceptar esa pérdida. Necesitamos un tiempo para pararnos, recogernos, abrazarnos a la tristeza y reflexionar sobre eso que hemos perdido. Por eso es normal que notemos que no tenemos energía, que no nos apetece salir por ahí de juerga con nuestros amigos, que sólo queremos estar solos y tranquilos con nuestro dolor. No es algo malo no, al contrario. Es la manera en que nuestro cuerpo nos “invita” a esos momentos de reflexión y de calma y lo suyo es hacerle caso. Porque para superar una pérdida tenemos que aceptar y para aceptar necesitamos un tiempo para valorar lo que hemos perdido, recomponernos y coger fuerza para seguir adelante sin ello. Ese tiempo se llama duelo.
Lo más habitual es que las personas que nos rodean intenten que nos “sintamos mejor” y nos animen con invitaciones y gestos que en realidad nos reconfortan muy poco. Eso es precisamente lo que está pasando con esos tres niños. Más que acompañarles, sus padres, abuelos y tíos están tratando de distraerles para hacerles olvidar, pero eso no es lo que ellos necesitan. Al menos no ahora.
Dos famosas escritoras estadounidenses, Adele Faber y Elaine Mazlish, han dedicados varios libros a este tema. Ellas explican que más que una solución para sus sentimientos negativos, los niños necesitan sentirse comprendidos y acompañados. De hecho, ellas insisten y demuestran con cientos de casos reales que nuestros típicos consejos encaminados a subirles el ánimo no sirven de mucho. En cambio, con un “entiendo cómo te sientes, esta nueva situación debe ser muy difícil para ti” les ayudamos y reconfortamos como ellos necesitan. Porque ya habrá a tiempo para hacer nuevos amigos.
Fundación ICEF • 2023.
Todos los derechos reservados.
4ª. Avenida 11-37, zona 10
+502 2215 2940
info@icefguatemala.org
Desarrollado por PiùKreativa